Soy de los que desayuno siempre en el mismo bar. L’ Angelet de la calle Balmes. Esta semana a falta de fútbol, la tertulia iba del cartel conmemorativo de los 125 años. La pregunta era: ¿a alguien le gusta? Lo que seguía era un largo desvarío de opiniones discordantes entre sí, pero con un eje común. El estilo Barça no se representa en la obra que Barceló ha hecho. Vaya por delante que el mallorquín es el mejor pintor vivo que tenemos, pero ese jugador chaparro y amorfo con reminiscencias de Kubala y gambas por doquier, no transmite la elegancia y el jogo bonito de las últimas décadas. El cartel tiene aires de Mariscal y como bien decía Josep María, el barman del local, podía ser también un homenaje al gran Ibáñez. Manel, el propietario, lo comparaba con los monigotes de Oscar Nebreda y alguno como el letrado Francisco no entendían como el protagonista no era Messi. Sergi veía en el personaje central a un monstruo del cine y David, el portero de la esquina, concluía que la obra sería comprendida en unos años.
La cuestión es que el Barça tiene temas más trascendentes como las pérdidas económicas y el interrogante del Camp Nou.
Al fin regresa la alta competición y hay que limpiar el mal cartel del equipo en Europa. Jugar contra el Bayern es una oportunidad de maquillar la última paliza recibida, y dar un golpe de autoridad en la clasificación. Ante el Sevilla, no hay que perder puntos para llegar al Bernabéu con un colchón que alivie el asegurado arbitraje casero. Este Barça alemán empieza a asustar, aunque no tanto como esa criatura del cartel.